Por aquéllas noches andaba otra vez reñido con el sueño. Puede que fuera por el panorama a que nos condenaron nuestros propios políticos, esos que legitimamos nosotros mismos y que permitieron salir del letargo al fascismo. La intolerancia como bandera de nuevo en mi propio país, en la ciudad donde habito, en el barrio del que formo parte, en mi casa y sí, yo también soy español…español…español! . Otra vez el pueblo por encima de sus regidores. Había demasiada pena en mi rabia.
O quizá solo fuese la luna llena que a un fotógrafo en negro y blanco como yo, acarrea siempre trastornos de luz y de sueño. Me pone nervioso, me excita, me acelera, potencia mis dudas liberando mis miedos, me conduce irremediablemente a mi mismo, parece que brilla con sombra propia.
Me quedo absorto en el blanco de la luna y su luminiscencia, en como parece citarse con el negro de la noche en una batalla infinita. El cielo hipnótico, ahora parece escrito en Kanji y regala consuelo. Pareciera esta noche que el único oficio fuese el deambular de extravagantes, estrafalarios y perdedores como yo en búsqueda de un golpe de suerte, desconocedores que ésta suele escoltarse de malos compañeros. Pero que no os engañe mi aspecto sofisticado; yo también lloré con Bambi.
Gotham se antoja más acogedora con los bancos, las iglesias y las universidades cerradas.
Voy cruzando calles y rúas sin rumbo fijo, envuelto en humo, ensimismado en mis pensamientos, tratando de encontrar algo de lógica a mi oficio; al fin y al cabo uno no es solamente lo que hace, sobre todo es cómo lo hace. ¿Quién inventa las reglas? Ya, casi no se necesitan fotoperiodistas que traten de discernir con mayor o menor acierto las esencias de los acontecimientos. La calidad mutó en urgencia, se suprimió el análisis de la ecuación del periodismo, todo ello en beneficio de la rentabilidad y el adoctrinamiento. No se permite que veas como miras, quieren que mires como ven. Pura propaganda. Andamos sometidos a una prolongada tensión de falso silencio.
Joder, necesito un trago para digerir que gasté media vida en llegar aquí. Me apasiona mi trabajo, me gusta lo que soy, doy más de lo que me pagan. Quizá con otro trago también pueda mitigar el temor a la mediocridad con la que quieren sancionarnos.
No soy pesimista aunque tengo un sentido algo trágico de la vida. Lo sé. Tuve miedo a soñar.
Eché a andar mundo adelante, consciente solamente de las sombras desmesuradamente largas de mis propios pasos. Todavía aturdido, descubrí que el pintor combate el lienzo con un trazo negro. Que el escritor vence al pánico de la página en blanco con palabras negras. Pensé que si ellos pueden, también yo encontraría un lugar donde se me permitiera mirar como siento, donde viviesen mis fotos negras, esas que tomo con los ojos cerrados.
Y al fin la calma. Ni siquiera sabía donde estaba y a lo lejos sonó una música de cálida promesa.
Silencio… jazz negro.