Había una vez un sol que nacía por la mañana impregnándolo todo.
El juego es partir a la aventura, vagar y vagar. El territorio es la calle hasta donde pierde su nombre para transmutar en camino. Y la carretera que es camino que cambió el polvo por alquitrán, betún y ripio. Lo que interesa es la importancia de lo accidental, la sensualidad de lo inmediato Errar con destino incierto en busca del tiempo perdido. Esa es la vida del fotógrafo y del viajero; yo soy la vida.
El caminante nunca va solo y está condenado a la controversia, parte un hombre que es, pero le acompaña el niño que fue, en dialogo constante con uno mismo y con el paisaje y sus habitantes por eso el pasado a veces, resulta tan imprevisible como el futuro.
No intento demostrar nada, lanzo una pregunta a la realidad y ésta a veces responde en una fotografía. Unas veces resulta una fábula, otras toma forma de un cuento, donde se cuelan gestas o chismes, donde murmuran acontecimientos. Disparar a todo lo que no se comprende, puro instinto.
Aquella vez, más que mirar adelante, lo que motivaba la escapada era ponerse a refugio de luces y elfos. Ansiaba penumbra, donde lo íntimo suele ganar la batalla a lo absurdo de la vida moderna.
Nunca se sabrá como hay que contar esto, no se si quien habla es mi instinto de curiosidad, de supervivencia o cuenta el que todavía sigue hablando con las nubes.
Ocurrió una noche, en un lugar de la Raya de cuyo nombre no quiero acordarme. Al doblar la curva para ponerla recta, topé con la pequeña caravana de El Gran Circo.
Pocas cosas me fascinan y aterran tanto como el circo. Me he soñado tantas veces titiritero, acróbata, payaso tonto, payaso listo, domador, trapecista, jefe de pista, mago, lanzador de cuchillos.
Lo que fascina es la valentía de su gente en la elección de lo itinerante como modo de vida. Llevar toda tu vida en una maleta, dormir cada noche en una pequeña casita con ruedas y en un lugar diferente, se me antoja de lo más punk contra un mundo en donde ahora las revoluciones son programadas en twitter. Son los últimos de una especie, se saben condenados a la extinción y sin embargo posan dignos y orgullosos ante su propio destino. Hombres fuertes y mujeres más fuertes todavía con solo una carpa por protección y por cielo.
Lo que me aterra habita en la mirada de quienes los acompañan a la fuerza. Conscientes de nuestra inmundicia. Entre cadenas y jaulas, mimetizados, teñidos de nuestra dejadez. Memoria viva de nuestro fracaso. Poses esquivas, resignadas u orgullosas de quienes se han quedado solos, olvidados por el Paraíso.
El niño me contó que lo que vio detrás de los aplausos, fue alguna mueca que no pudo convertirse en risa y un circo sin sol.
.