Si vas a disparar sin estar preparado para el martirio mejor que te quedes mirando el televisor de cualquier motel de la carretera.
En Sizigia no podrás encontrar razón ni consuelo, más allá de lamerte los disparos y con el plomo resultante preparar canicas de las que se mastican de forma pausada tras el vértigo y la velocidad del impacto.
Poca y sencilla explicación: estos disparos que te presentamos son nada más que lo que queda entre el borde quemado abrasado por el proyectil y la nada resultante; una nada que quema, sin duda: que desgarra, afortunadamente; que no da tregua ni siquiera en los días de terciopelo azul.
Sizigia tiene banda sonora, la del que dispara la lleva bien grabada en las venas, pero tú puedes silbar a tu antojo, aunque casi seguro que caerás en las mismas tonadas y fatalidades. Siempre que un cantante arrastre su garganta bordeando el pantano, o los solares desolados y una guitarra sincope la realidad con sus acordes, puedes tener por seguro que estás acompañando Sizigia de la banda sonora adecuada, que nunca será la misma, tampoco distinta.
Alma quebrada, lamento borroso y difuminado, anochecer teñido de madrugadas inhóspitas, ausencias, ausencias, ausencias y más ausencias, dinamita como sobremesa, trinos de aves ocultas, maullidos (como siempre jamás), desolación en la UHF en la divisoria de los días.
Felipe Zapico Alonso